lunes, 23 de noviembre de 2009

Aoife

Comparte
Mis ojos se llenaban de luces. Pequeñas estrellas iluminando. Nadie podía verlas, pero ellas estaban allí.
Mil años de seguir el camino del sacrificio. De pensar sólo en los otros, de sentir culpa por cada paso alejado de los intereses de los demás. Necesitaba un cambio, una mano salvadora que reparara los daños acumulados. Que curara las heridas y no viera las cicatrices.
Era un Lunes de Julio por la mañana. Su carita se encontraba observando preocupada aquello que los demás dejaban a su cargo y que lentamente comenzaba a formar una pequeña torre sobre su escritorio.
Ignacio y yo estábamos tomando un café frente a ella. La charla cotidiana e inocua de quienes no desean regresar a la rutina y matizan la mañana en un intercambio simplista. No recuerdo si fue algo grotesco o un buen chiste aplicado en el momento oportuno, pero sí recuerdo que levantó sus ojos y sonrió. Me sonrió. Una puerta parecía haberse abierto hacia el paraíso. Un solo gesto, casual, espontáneo, lleno de delicadeza. Un solo flash que ni siquiera Nacho logró detectar en el momento.

-¿Cómo se llama la secretaria esa, la del pelo cortito?

-¿Cuál, la pelirroja?

-Sí. La de los ojos tristes y sonrisa alegre.

-Aoife. Es la secretaria de Machado. ¿Pero vos no andabas detrás de Alicia?

-Sí. ¿Y?

-Digo, nada más. Que me parece que Aoife te conviene. Se parece a vos. Le gusta viajar, tu misma música y además es muy inteligente. Sólo tené cuidado con su carácter. Dicen que se pone medio jodida. Pero por lo menos no es boluda como la otra.

Demasiadas palabras habían salido de la boca de Nacho. Era algo totalmente inusitado en su forma de ser. Alguien podría pensar en un interés particular. Como indicando que si por él fuera estaría junto a ella y no con su esposa. Pero esta vez era mi turno.
¿Cómo llegar a Aoife?. ¿Cómo comenzar de manera apropiada? ¿Dejarle una flor cada día sobre su escritorio hasta que el fantasma enamorado diera a conocer su identidad? ¿O mejor utilizar el recurso de los gustos en común prestándole algún disco compacto con la música justa?. Las otras opciones sonaban tanto o más ridículas que éstas. Una simple charla podría derivar en una amistad que encubriría mis verdaderos deseos.
El tiempo indicó que la segunda opción era la apropiada, o tal vez todas. O tal vez simplemente por que a la primera se le interponía el simple hecho de que ella llegaba inoportunamente temprano cada día, imposibilitando cualquier sorpresa fantasmagórica.
El protector de pantalla de su computador dio una frágil clave. Sting aparecía en forma reiterada mostrando el cambio de sus facciones a lo largo del tiempo. Ya que ni por asomo me parezco al Sting, lo único aplicable era acudir a esa mutua simpatía acercándole Brand a New Day, uno de mis Discos Compactos preferidos.
Llegado el momento, en un acto casual, se produjo el contacto. Unos ojos de no entiendo nada acudieron a la cita. Un “me estoy yendo de viaje y no voy a poder escucharlo hasta el Lunes”, se vio cortado por un, “no importa tenelo el tiempo que sea necesario”.
Silencio de radio.
Cuatro días mas tarde apareció frente a mí. Un disco compacto y un paquetito conteniendo una nota y un Chocolate. La nota hermética decía “Gracias. Me encantó”.
El resto del texto lo inventé yo. Lo divagué. Le di las interpretaciones que más me convenían.
Busqué su nombre en las listas de la empresa. No sabía su apellido y no quería delatarme con demasiada gente. Al fin encontrado un “Brennan” conformó un Aoife D. Brennan que bien utilizado en la red de mensajería de la empresa me consiguió una cita. El clásico café.
Una cosa siguió a la otra. La típica salida a cenar, cortos viajes a los alrededores, cine y cuanta cosa dos personas en plan de búsqueda de momentos plenos podían realizar.
Finalmente se me descubrió activa, experta, segura. La persona indicada para elongar cada minuto hasta sus consecuencias temporales más sorprendentes y sin embargo siempre resultar insuficientemente cortos.
Juntos vimos universos desconocidos. Juntos quemamos cuanta caloría se resistía a eliminarse con dietas de letras y lunas.
Dicen que los hombres bautizamos a nuestro miembro para poder identificar a quien toma las decisiones por nosotros. Para el caso "Ludovico". El mismo había comenzado a ponerse demasiado despabilado. No era realmente por una razón clásica. Ni erotismo, ni desnuda belleza. El muy pícaro se ratoneaba con lo oculto. Con la intriga, la dulzura, el flirt oportuno.
Pronto cada día era una excusa. Cada rincón una guarida. Cada secreto una delicia.
Las Rosas acudieron a la cita. Luego los Jazmines. Por último las Violetas.
Un Lunes de Septiembre amanecimos abrazados, su espalda en mi pecho. Una brisa reconfortante penetraba por el ventanal junto con las primeras luces del día. Observé con detenimiento su respiración pausada, su cuello relajado en medio de un profundo sueño. Sus hombros, piezas frágiles de porcelana y su cuello cálido en mis labios.
En un primer momento pensé que mis queridas almohadas estaban perdiendo su contenido. Dos pequeñas plumas se encontraban pegadas en cada omóplato de aquella amada espalda. Tomé una entre mis dedos y tiré.

-Hay!! Que te pasa?

-Nada te estaba sacando una pluma de la espalda.

-Adónde? Me dolió como si me pellizcaras. La próxima vez avisame.

Le mostré la plumita y estuvimos de acuerdo en que era de la almohada. Apenas la miró, como si el sueño no permitiera ninguna precisión en la vista. Seguramente se pegó o algo así. Por las dudas no repetí la operación con la otra. Probablemente se desprendería con una ducha.
Los días transcurrieron plácidamenteplumitas proliferaron en lugar de desaparecer. Pronto fueron dos pequeñas alas de paloma replegadas en la espalda de Aoife.
Cualquiera podría pensar: ¿Por qué dejó que las cosas empeoraran?. ¿Por qué no ir a ver a un especialista? Aún no había decidido si era un tema para veterinarios o médicos cuando las cosas ya eran bastante manifiestas y cobraban su forma definitiva. Entonces fue cuando la puse frente a un espejo y con otro en la mano le mostré de que estaba hablando.
Puede que esté loco, que alucine. En ningún momento de mi vida me dí al alcohol o a las drogas, pero ella no veía nada. Nada extraño aparecía ante sus ojos. Nada excepto su blanca espalda. Para mayor confusión ella podía ponerse su solerito bordó y salir a la calle con alas a la vista sin que nadie le prestara la menor atención.
Que puedo decir. Era totalmente extraño caminar por la calle llevándola de la mano para no aplastar sus emplumadas protuberancias en un abrazo cortés. Verla sentarse despreocupada sobre respaldos no adaptados a su nueva anatomía.
Un buen día y para mi sorpresa, mientras estabamos haciendo el amor, sus pequeñas alitas comenzaron a moverse descontroladamente. Del mismo modo que cuando una paloma intenta retomar el vuelo cuando alguien perturba su tranquilidad, o arroja alimento al aire. Luego, en el reposo, se fueron tranquilizando hasta replegarse a su posición natural. De cuando en cuando pude observar este comportamiento peculiar y decidí que era algo bueno. Algo deseable. Hasta natural.
Por supuesto en ninguna oportunidad hablé con ella sobre esto. Nunca volví a mencionar sus pequeñas alas y me cuidé muy bien de no arrancar ninguna de sus plumas.
Crease o no, con el tiempo uno se acostumbra a todo. Ya no veía nada particular en ella. Si bien en algún momento me mantuve alerta a cualquier otro cambio que pudiera aparecer, el tiempo me fue tranquilizando. No aparecieron aureolas ni lágrimas de sangre. No levitaba ni despedía luces iridiscentes.
No daba sermones ni predecía el futuro. Era una mujer normal, pero con alas. Intuí que ellas corporizaban mis sentimientos hacia Aoife. Que eran una representación de lo que sólo por ella había logrado sentir. Algo ideal.
Comenzamos a planear el porvenir. Vivir juntos por algún tiempo, ver como nos llevábamos en la vida cotidiana. Amanecer uno al lado del otro cada día. El primer paso era comprar un pequeño dúplex para los dos. Entre su departamento y el mío podíamos llegar a la suma requerida. Los muebles serían un tema aparte ya que los de ella eran de roble y los míos de algarrobo. Los colores nos definían. Ella alegre y predispuesta a lo bueno, yo obscuro y propenso a lo negativo. Cuadros, alfombras, sillones, lavarropas, televisores, todo se encontraba listo y dispuesto para la vida en común. Todo por duplicado. Tal vez algún día hasta llegarían gemelos.
Un Lunes de Marzo nos mudamos. En la mudanza ayudaron familiares y amigos. Un asado en la pequeña parrilla del patio trasero fue la recompensa a los esfuerzos mancomunados. Excelente vino tinto medió como bendición a un futuro promisorio.
Un mes tardamos en acomodar cada uno de los trastos que habíamos juntado en nuestras anteriores vidas. Pronto la casa comenzó a parecer un museo etnográfico pleno de recuerdos turísticos de cada uno de los viajes que ambos habíamos realizado en el pasado. El sentido común nos indicaba que una depuración era necesaria y bolsa de consorcio en mano comenzamos a eliminar trastos y fotos de olvidados recuerdos.
Amantes, compañeros y amigos fueron desapareciendo en el oscuro fondo negro de las bolsas. Algunos quedaron en pié merced al respeto que cada uno de nosotros tenía por el otro. Una foto de aquella, una foto de aquel. Un regalo de la otra, un presente del anterior. Nada guardaba el sentido que en su momento tuvo, era el pasado y no podría retornar. Al menos de la misma forma.
Cada uno continuó con su trabajo. Si bien lo hacíamos en la misma empresa, nuestros horarios no nos permitía movernos juntos. Ella entraba muy temprano y cumplía estrictamente el horario y yo como Full Time no sabía nunca a que hora podía irme a casa. Se organizaron las reuniones de brujas y las partidas de truco. Se utilizó el Sábado para las compras y el Domingo para pasear y visitar parientes. Una vida normal. De rutina.
Ya estábamos dentro.
Un Lunes de Junio llegué muy tarde a casa. Una de esas inútiles tareas que pueden hacerse con facilidad durante el horario normal se había convertido en un dolor de cabeza irresoluble.
Cuando entré en casa, Aoife estaba en la cocina esperándome. En sus ojos castaños no se adivinaba nada en particular, pero en cuanto me vio sus alas comenzaron a agitarse frenéticamente. Tal era su agitación, que pronto comenzaron a flotar plumas por el aire. Se depositaban en la mesa, sobre la heladera, en la hornalla, crepitando y despidiendo olores desagradables. Pronto la mayonesa de atún que me estaba esperando se convirtió en un plato nevado imposible de comer.
No recuerdo sus palabras. Ni siquiera sé si en algún momento me las dirigió. Solo sé que luego de tal vez diez minutos sus alas ya no estaban. Su espalda volvió a convertirse en un páramo blanco. Sencillo. Libre de magia. Había sido la gota que colmó algún vaso?. No lo sé. Pero la convivencia suele cambiar las cosas.
Un Lunes de Diciembre Aoife me dio la gran noticia: íbamos a ser padres. Su vientre comenzó el largo proceso de crecimiento, mientras entre nosotros aumentaban las expectativas. Tomé por costumbre hablar cada noche a través de aquel abultado estómago con quien pronto llegaría a mi vida. Dicen que los niños escuchan ya desde entonces. Así que hice gala de mis mejores cuentos y canciones para deleitar a mi pequeño tesoro. Aoife disfrutaba cada segundo, me indicaba cuando un codo o una rodilla aplaudía mi actuación. Un beso en el ombligo y un hasta mañana, tenía como respuesta una sonrisa y un beso de Aoife.
El día que fuimos a la segunda ecografía, la médica, como era de costumbre, me invitó a presenciar la ceremonia.

-Ve papá? Aquí está la cabecita.

Movía un poco el aparato sobre el vientre envaselinado y repetía:

-Ve papá. Estas son las piernitas
.
Yo seguía con suma atención todo lo que ella me decía, pues en aquella pantalla borrosa nada era reconocible a simple vista.

-¿Quieren saber el sexo?

Con Aoife nos miramos sólo para verificar nuestro acuerdo.

-Sí.

Dijimos al unísono.

-Vamos a ver... No. No aparece ningún pitito, así que será nena.

La decisión estaba tomada. Samantha era el nombre elegido.

-Les voy a sacar una copia fotográfica para que la pongan en la primer página del álbum de la nena.

Nos entregó una especie de radiografía dentro de un sobre de papel Manila. Cuando lo abrí en casa comencé a buscar cada parte que en el consultorio me habían indicado. Aquí una pierna, esta debe ser la cabeza, si, y aquí los bracitos. Hasta parecía que se estaba succionando un dedo.
Nadie se equivocaría al pensar que en realidad lo que buscaba era algún esbozo plumífero. Pero no lo encontré por ninguna parte.
Cuando nació Samantha, los médicos no podían saber gran cosa sobre este particular. En un primer momento pensaron que iba a ser un parto natural, libre de complicaciones, pero cuando asomó su cabecita e intentaron girarla para sacar el primer hombro se vieron ante una impredecible disyuntiva. Ya era tarde para pensar en una cesárea y Aoife se encontraba al límite de sus fuerzas. Tal vez fue Dios, tal vez Samantha brindó su colaboración, pero al fin logró salir. No me cabe la menor duda que sus alas impedían el paso por el canal. Hasta pienso que el momento de alegría por el inminente encuentro con sus papis la hizo aletear lo suficiente como para reacomodar sus alas y librarse de su prisión.
Hoy cada día cuando llego del trabajo y ella se abalanza corriendo desgarbadamente hacia mí, presiento el batir desenfrenado dentro de sus ropitas. Estoy seguro también que soy el único que puede sentirlas. Ni siquiera Aoife ha notado nada.
Ya han pasado varios años y sigo esperando que algún día las blancas plumas reaparezcan en Aoife.
No sé aún el motivo por el cual las perdió. Cual fue la razón de que abandonara su misterio, su seguridad y experiencia. ¿O tal vez era yo el culpable?
Me sorprendo cada Lunes revisando su espalda en busca de lo perdido. Espero nuevamente su mano protectora sobre la mía y la de Samantha. Deseo fervientemente que regrese a nosotros. Que vuelva a ser mi ángel personal, aleteando cada noche dentro, muy dentro, de mi alma.

O Pin
Bs. As. 2000
© Copyright 2010
Once Cuentos sin Rumbo
ISBN 987-43-8446-9

4 comentarios:

  1. cómo es que esta preciosura no tiene comentarios... bueno, ni sé si alguien lo va a leer, yo ando revolviendo como en un viejo desván estos tesoros... me encantó... te aclaro Opin que el ´me encantó´ es un cinco estrellas para mí... para mí por lo menos..

    ResponderBorrar
  2. Gracias Marga. Lo que pasa es que hace muy poco que habilité los comentarios y este blog tiene pocas visitas.
    Un cariño y siga "revolviendo" con confianza.

    ResponderBorrar
  3. bueno viajando me encontre con tu blog y debo decir que me gusto mucho!

    es hermoso como dijo marga, muchisima suerte!

    cam

    ResponderBorrar
  4. CamiLand. Me alegra que hayas llegado hasta aquí y que te haya gustado lo que has leído.
    Un cariño.

    ResponderBorrar