sábado, 20 de junio de 2015

Ley natural

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Un buen día te descubres utilizando el viejo cucharón de madera, porque crees fervientemente que de lo contrario el guiso no saldría como lo hacía ella. Descubres que te encuentras pasado de moda usando un after shave de Old Spice y que ese aroma te transporta a aquellas mañanas de brocha y Gillette cuando él se afeitaba la barba más tarde que de costumbre.
En las mañanas invernales dejas la ventana abierta para que el sol ilumine tu cama, como cada domingo en el que te escabullías dentro de la cama de ellos y ocultabas tus ojos bajo el brazo de quien disfrutaba su día libre leyendo un inmenso diario La Nación que daba sombra hasta a la mesita de desayunar en la cama.
Una lupa redonda con mango de baquelita te retrotrae a las tardes en que sentados en la puerta de casa él leía alguna Life o Selecciones y ella practicaba ganchillo o te hacía un pullover mientras sacrificabas con tu láser solar una a una a las queridas hormigas negras argentinas que seguramente consideraban que eras un Dios vengativo que las castigaba por todo o por nada. Incluso recuerdas el olor del ácido fórmico quemado que te llegaba a las fosas nasales en forma de humo acre, mientras tu otra mano sostenía firmemente un chupetín gigante con todos los colores del arco iris dibujados en azúcar coloreada en espiral.
Abres el cajón de la cómoda y encuentras el último par de medias que te tejió, los pañuelos impolutos de tu padre y la vieja Spica que sólo sigue funcionando cuando pasan algún tango con Troilo al bandoneón y Marino en el canto.
Recuerdas cuando el refugio siempre estaba listo y eran sus brazos. Cuando Superman acudía a salvarte sin haberlo llamado para enfrentarse a profesores abusivos, a jefes intolerantes y a cuanta injusticia quisiera avasallarte. En casa permanecía alerta La Mujer Maravilla esperándote con el lazo de la verdad para descubrir cuando habías fumado o tal vez era el aroma de la ropa que te delataba por sobre la pastilla de menta que no dejabas de chupar de manera inútil y desesperada. Ella era la que te servía tus desayunos en la cama cada día, lavaba tu ropa aunque ya ni siquiera vivías en su casa y llenaba su corazón de orgullo por cada nuevo éxito que lograras y pudiera contar en las largas y aburridas tardes de ruleros, permanente, toca y peluquería.
Un día te percatas que ya no hay nada de eso. Que el nido ha quedado vacío.
De manera ordenada primero te extirparon una mitad y seguiste adelante como un animal herido de un tiro certero en el corazón, por el mismo camino pero con mucho más esfuerzo, arrastrándote como puedes. Luego fue la amputación absoluta y cruenta terminando tus días como hijo de manera abrupta y definitiva. Te despidieron de ese maravilloso cargo sin previo aviso, haciéndote caer por un interminable espiral de culpas y arrepentimiento que los años te enseñaron a manejar.
Te diste cuenta que ya nunca volverías a ser hijo, a encontrar el camino de regreso a donde siempre encontrarías una cama limpia y un plato de comida caliente esperándote, a esconderte bajo el brazo acogedor en una cama iluminada por el sol de la mañana, a quemar hormigas en el frente de tu casa, colear y sacar chispas con el carrito de rulemanes que él mismo te fabricara o andar en bicicleta por donde un día mientras te enseñaba, te soltara dejándote libre a tu confianza. Dejarías de comer tartas sazonadas de amor, desayunos en la cama con azúcar de palabras y a esconder en la menta cristalizada tus vapores de nicotina adherida y fermentada.
Desde ese momento en adelante te reconociste solo. Solo frente a un mundo que recién de viejo comenzaste a comprender de a poco, con el amargo sabor a que ya era tarde.
Y a medida que el tiempo pasa por sobre ti, comienzas a entender aquellas palabras sabias que nunca escuchabas y también los silencios que las enmarcaban. Entiendes tardíamente que las cosas están para ser usadas y las personas para disfrutarlas.
Pero justo, maldita sea la hora, cuando ya te fueron definitivamente arrebatadas.
-Hay que decir las cosas antes de que sea tarde- decían en medio de los conocidos reclamos de - Viejos son los trapos-  acompañado de algún chancletazo, una caricia, un beso o un abrazo. Y uno entiende que tarde significaba muerte. Y que esa bella mujer vestida de negro siempre nos deja con miles de cosas que decir cuando ya no hay tiempo.
De pronto y sin haberlo pensado te viste convertido en el guardián de la cripta
Y desde el frío húmedo que la envuelve, al fin entiendes por qué ni a él ni a ella le interesaban los bienes materiales, las mejoras tecnológicas, los chiches que te mantenían activo y consumista mientras ellos disfrutaban la vida. Ellos sólo los consideraban una carga. Porque si existía algo importante en el mundo, ese eras tu.
Y miras a tu hijo pensando que algún día entenderá lo mismo, que él también será el guardián de tu cripta y que triste y probablemente, sea el mismo día en que también deje de ser hijo para siempre.

Dedicado a ellos dos.

OPin 2015

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