miércoles, 16 de junio de 2010

Verdeagua

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 Pianissimo - obra de Maribel Alonso
Habremos hablado unas cuatro horas en aquel café Ouro Preto de Corrientes esquina Talcahuano. Puede que no quedara tópico por tocar, una coincidencia tras la otra, parecíamos haber bebido siempre de la misma copa. Mire, le cuento para hacérsela corta; decidí enamorarme de ella, con la mente libre y el corazón abierto, que al fin de cuentas, uno mismo termina siendo el dueño de su destino, es decir, quién elige en que trampa caer y en cual no. Así no hay quejas.
Como casi no sabía nada de su pasado, quise imaginármelo intenso y mágico, como en un cuento, pero la curiosidad me invadió pérfidamente y comencé a coleccionar recortes de su vida, como si fuera uno de esos enfermos de novela que acechan al objeto de su devoción desde las sombras y uno nunca sabe si sus intenciones son netamente románticas o alguna perversión oculta que tiende a vislumbrarse. Junté de todo, desde algunos insignificantes rastros de algún resfrío otoñal decorado con monogramas emblemáticos, u otros objetos intangibles, copias fieles de una esencia oculta a todos, elementos mágicos que ni siquiera ahora le puedo nombrar, porque aún no han recibido una etiqueta otorgada por la humanidad. Ocultos incluso para mí.
Recuerdo haberle hecho todo tipo de preguntas a Doña Elvira, quién decía ser la única que realmente conocía la historia completa. Ella era quién la llamaba "Ada" dejando ausente una muda letra que insistía en quedar flotando en el aire, con la esperanza de ser recordada para ser usada la próxima vez.
Fue una tarde sembrada de mates y bizcochos, sentados en el zaguán de aquella su antigua casa, cuando Elvira me había relatado un pasado incompleto pleno del calor que prodigaba a su ahijada mientras yo en lo más profundo de mi inconsciente confirmaba la sensación que siempre había tenido, de que ella sería la única que podría reflejar esa esencia oculta. Me alegra haber acertado. Al menos en parte.
Al comenzar su relato la anciana amiga había fijado sus ojos en los míos atenta a cualquier cambio. Juro que era una sensación escalofriante, al menos por la espalda una cosquilla me recorrió como diciéndome que algo sobrenatural me andaba rondando. Parecía querer afirmar en aquél simple gesto la verdad que brotaría de su boca, o tal vez alguien le había señalado alguna vez que quien miente rehúye la mirada y la deja perdida en algún telón de fondo, en donde, como en una vieja película, transcurre la mentira que se va a relatar. Como sea, ella quería que estuviera dispuesto a creerle y desde esa tarde cada palabra quedó guardada, grabada a fuego en mi memoria. En ella y en los apuntes que pude tomar una vez que hubiese llegado a casa. Es que era una historia, grande o pequeña, según se la mire, que había relatado así, tan solo para mí y que hoy puedo reproducir, sintiendo el mismo calor húmedo y pesado de aquella tarde de enero. Algo que la hace más creíble por su cotidianeidad, por los olores asociados, por el sabor a yerba dulce con grasa.
Mate en mano apareció ante mis ojos ocultos la historia dentro de mi historia, grabada en el acetato de mi oído e impresas sus imágenes en el celuloide de mi retina, algo gastadas de tanto intentar.

-Y decime Nacho, ¿para qué andás averiguando vos, si se puede saber…?

La miré como pidiendo clemencia, los ojos diciendo “No me lo haga más difícil Elvira, ni yo sé para qué “. Ella pareció entender y mientras cebaba el primer mate aflojó la lengua como yo venía esperando.

-En fin…vos sabrás. Fue en el campo de los Montero. -Dijo entonces - Yo tendría unos cuarenticinco. Mi hija la Elba todavía no caminaba. La llevaba atada al pecho envuelta en un poncho de vicuña bebé. Me quedaba a tiro para darle el pecho cuando salía con el zaino que era de mi marido el Nicanor. Dios lo tenga en la gloria... -Dijo persignándose- Épocas de hambruna aquellas. Medio poblado se había ido para la ciudad. Pobres! ¿Qué otra cosa iban a hacer, me querés decir? Los campos inundados desde hacía cinco años habían dejado sin resuello a todos los que pagábamos impuestos por los sembradíos que no rendían un solo centavo. Éramos ya pocos en el caserío, cuando se fueron los Chávez, los Orozco y los Camino, (los tíos de Elisa, ¿te acordás? )y quedamos menos de la mitad. Las grandes compañías se habían mandado a mudar con los bolsillos llenos de pagarés que sabían nunca podrían cobrar. El último en irse del lugar fue Seledonio. Se decidió cuando no pudo conseguir más semillas que vender ni nadie que quisiera comprarlas. Ah claro y el Segundo Taboada, que de tanto ver agua comenzó a vestir de azul. Alpargatas y bombacha azul, camisa azul, boina al tono. Cuando quiso pintar a sus gürises la Carlota se mandó a mudar llevándoselos a la rastra. Pobre Segundo, hasta pintó a su caballo alazán y fue así que los encontraron a los dos muertos, embadurnados de cuerpo entero. Dicen que la pintura no los dejó respirar o que los poros que se yo cuanto. La cuestión que aparecieron duros de tanto tiempo y de hinchazón, con la pintura cuarteada por las inclemencias del tiempo. Los enterraron así, uno pegado al otro, “pá que se cabalguen la eternidá” habría dicho el cura del pueblo. Así que vea m´hijo, yo me la pasaba regular, atendiendo a los patos y a la única vaca que había aprendido a nadar en ese caldo de cultivo de jejenes que era nuestro campo. Mis hijos la Matilda y el Saberio, vos los conocés no?, me mandaban algunos pesos desde la ciudad y yo seguía mi vida como podía, que era bien poco.

-Me acuerdo de aquellas épocas Elvira. Una desgracia tras otra…

- Si,… qué te decía?. Ah sí, en el campo de los Montero, ahí mismo donde termina el camino de pinos,¿viste?, cerquita de la ruta,. el zanjón ya no corría con el agua que venía de los campos, mas bien estaba quieta. Requieta. Y no sé si vos que sos de la ciudad te habrías dado cuenta, pero visto desde arriba del caballo es como que uno ve todo lo que está y lo que no debería estar. ¿Me entendés? Yo sabía que eso no debía estar. Por eso me bajé del caballo. Vos no te habrías dado cuenta. No que va. Te habrías cansado pensando que tenías que volver a montar. Pero yo me bajé.

Le dió una chupada al mate y se quedó en una pausa, como recordando, hasta que sacudió su cabeza como al despertar de un sueño.

-Me habría gustado no tener a la beba al cuello. Es que había mucha escarcha y la bruma de la mañana estaba subiendo. Pero tuve mucho cuidado. Doña Marta Cebrino se había caído en un zanjón hacía varios años y nunca la habían vuelto a encontrar. Aunque otros dicen que se fue con un hombre de la ciudad. Un vendedor de paso que la había enamorado. Pero para mi no. Para mi se cayo al zanjón. No era de hacer esas cosas.
¿Querés biscochitos?

-No gracias, con el mate está bien.

-Bueno, te digo que había algo. Al principio me pareció que era como cuando los bichos se juntan donde hay un animal muerto, pero después vi que se movía acompañando a las pequeñas olitas que hacía el viento esa mañana. Me arrimé un poquito y me parecieron pelos flotando, ¿pero viste cuando no estas segura de nada y tenés que tocar para saber?, bueno yo los agarré y sí, eran pelos. Largos, negros y brillantes.

Me vió la cara de sorpresa y me malinterpretó.

-¿Se lavó? Esperáme que cambio la yerba. Mate dulce. Decí que te quiero como a un hijo que si no, te voy a dar mate dulce. Se lava enseguida.-

Me había dejado expectante. ¡Vieja zorra! Con el anzuelo en la boca esperando que alguien comenzara a recoger el sedal. Sin embargo, los esfuerzos de Elvira por asegurar su veracidad en el relato, se me habían perdido en una ahogada y cotidiana angustia masoquista a la espera de la llegada al cuento de "ella".
Desde la cocina se había escuchado un:

- ¿Ya le pagaste a Don Ramiro lo del diario? Mirá que vino dos veces a reclamar... Yo le dije que hoy ibas. ¿Te acordaste?

Un, "sí ya le pagué", había salido sin ganas de mi boca mientras trataba de disimular mi ansiedad por que continuara el relato.

-¿ En qué me había quedado? -Dijo mientras sacudía el renovado mate- Ah! Que la había agarrado de los pelos. Ya te habrás dado cuenta de que se trataba, no?. Bueno cuando empecé a tirar, -cuidado que está un poco caliente- veo que sale una cabeza. Si y después un cuerpo. Pobre ángel!. Desnuda estaba. Con ese frío. No te creas que estaba asustada.

-Estaba como muerta, no?

-¿Muerta decís? No. ¿Cómo muerta?. No te digo que le tiré de los pelos y salió su carita sonriente mirándome fijo. Desnuda estaba. Con ese frío. Limpita, blanca y firme como una piedra estaba. Vos sabés como es. Si. Mirá como te brillan los ojitos...

Medio me sonrojé

-Y ... tendría como unos quince añitos por aquellos tiempos. Me miró y me dijo, así como te lo estoy diciendo yo ahora, así, como si nada - Hola Elvira -, me dijo. Y yo me la quedé mirando. ¿Que iba a hacer?. Preciosa parada sobre las aguas estancadas. Me dió un beso y ahí me dí cuenta que sus labios estaban calientes. Me entendés ? Es como que estaba en otro lado pero también ahí conmigo. Fue entonces cuando la tapé con unos trapos y me la llevé para la casa. Le puse "Ada" como las que salen del lago, ¿viste? –

Probablemente debí haber esbozado una sonrisa. Sin embargo traté de mantener mi mejor cara de interés, como forma de respeto a aquella querida anciana que tanto me mimaba. Pero no pude evitar que pronto asomara nuevamente mi usual cara de asombro. Mi credulidad basculando como siempre en el filo que separa cordura y locura. ¿Podía dudar de aquello que me relataba? No. No luego de lo que me había tocado vivir. Abandonado todo esfuerzo por buscar justificaciones en el mundo de lo tangible, había aprendido a aceptar toda magia que proviniera del mundo de Ada. Era mucho más simple y relajado. Nunca había sido de mucho pensar. Y eso me había hecho bien. Había definido toda mi perspectiva.

-Si no fueras bicho de ciudad no te sorprenderías tanto. -Dijo sonriendo- Las cosas que habré visto con estos ojos que Dios me dio. Nunca lo creerías. Pero que vas a entender, pobrecito, si te la pasas en medio del cemento o escuchando los partidos entre cuatro paredes. Te haría bien ir a vivir un tiempo a Capitán Castro.

-La verdad no me veo por allí-

-No sé si queda alguien, por lo de las inundaciones, sabés? Si los políticos no se hubieran robado la plata no habríamos tenido ese problema. ¿Te conté que las obras de desagüe las aprobaron tres veces? Tres veces, si, como lo escuchás. Primero fue ese gobernador radical, ese al que le mataron al hijo. Después el socialista pelado Garjuna, Garjunta... ya ni me acuerdo. Y al final otro radical. Los tres se comieron la plata. Trescientos millones decía el finadito - que Dios lo tenga en la gloria-. Dijo santiguándose - Trescientos cada uno. Y nosotros esperando que escampe. ¿Así se dice no?.

-Creo que si…-

- Que escampe, vá, que deje de llover y que las aguas se las trague la tierra. Por que desagües, lo que se dice desagües no hay. Te digo que allá en Capitán Castro no te sorprendés por cualquier cosa.

Rellenó el mate con un poco más de azúcar y le fue echando otro tanto de agua.

-Cuando adecenté a la nena ya era otra. Nadie había visto una niña tan hermosa y dulce. Y viva !, si vos supieras. Las cosas que decía! Era muy bicha, te pescaba enseguida. Vos la veías que se quedaba calladita, calladita y te escuchaba. Pero cuando habría la boca, atajate, te fulminaba con dos palabras. Era brava m´hija. Así que la llevé a la iglesia de Pehuajó y le dije al cura, que como no tenía padres ni parientes ni nada, que me la pusiera de ahijada. Que yo la bautizaba para que quedara libre de pecados y que le ponía Ada, como las que salen del lago, ¿viste?-

Me acercó el mate

-Y ahí nomás se me puso a hacer cosas con la gente. Primero creo que fue un ternerito que venía atravesado. La Ursula, ¿te dije que tenía una vaca allá en el campo? , había quedado preñada y el ternero venía mal. Vos vieras. La Ada se le acercó a la noche y la acariciaba y la acariciaba todo el tiempo. No sé que le decía al oído, pero viste las vocesita que tiene ella, así dulce, como que canta y a la mañana teníamos ternerito y vaca lo mas bien. Andá a saber que le dijo. En el campo de los Vedia, les enseñó a volar a las gallinas. Decía que en realidad no sabían que podían y que cuando les contó todas abandonaron la chacra. El único que quedó fue el gallo, que por muy tozudo no quería creerle a mi niña y por eso lo hicieron caldo. Otra fue con el gurí de los Winston, esa familia inglesa, los que hacían tortilla con miel, ¿te acordás que te conté que hacían tortilla con miel? Yo le hubiera hecho mate con mostaza. Bueno, el pobrecito vino con una mordida fea en la pierna. Parecía que de víbora. Su tata le había cortado y chupado pero el gurí ya tenía fiebre y toda la pierna hinchada. Ada le preguntó que si le dolía y el pobrecito le dijo que sí. Como que me llamo Elvira, te juro,(se besó los dedos en cruz) que cuando le tocó la piernita, el angelito se durmió. Su tata insistió en llevarlo al hospital de Pehuajó, así que lo cargaron en la chata de Flores y se lo llevaron. Para cuando llegaron al hospital el chiquitín no tenía nada. Por la Ada, dije yo. Y los del pueblo pensaron lo mismo. Cuando me acuerdo de esos años me arrepiento de haberlo dicho. Todos los días tenía gente que venía a verla. Que si no era por lombrices, era empacho. Y vos sabés que mi Ada no es una culiandrera. Lo de ella es otra cosa. Así como se curaban, algunos ponían el grito en el cielo por que no pasaba nada. Y la Ada, que tiene toda la paciencia del mundo, los atendía igual.

Cuando le devolví el mate hizo una pausa como ya no queriendo recordar más.

- Al final cuando la cosa se puso fea, la mandé a lo de mi sobrina la Angela, vos la conoces, la que vive en Retiro. Un poco para que estudie y otro para que se dejen de embromar allá en el pago.

Reposó el mate sobre su regazo como indicándome que esperaba un “gracias” indicador del final que yo no estaba dispuesto a entregar.

-Lo demás ya lo sabés, primario y secundario en cuatro años y la facultad en cinco. Para cuando terminó ya estaban de novios. Vos con tu cara de osito enamorado y ella mimándote todo el tiempo. Si, no te rías, parecías un muñequito de felpa...

Si, ese soy yo.

-Y habrá sido que por un tiempo no pasó nada, pero Gabriela, la que era amiga de ella allá en la facultad me contó algo ese verano que se quedó a visitarnos-

La miré intuyendo de lo que hablaba, algo que se mantuvo oculto para al fin tarde saberse y suscitar desconfianzas y asombros por partes iguales.

-Parece que míhijita estaba estudiando eso de los cuerpos de la gente-

-Anatomía-

-Si, como sabés?, vos tendrías que haber sido doctor también. Estaba con la anatomía esa y tenía que trabajar con unos finados. Esos que dicen que son gente que se muere sola en la calle y los mandan para que los que estudian para doctor practiquen a desarmarlos…-

-Disección. Practican diseccionando cadáveres.-

-No te hagas el culto. Si ya sé, como cuando despostas una vaca. ¿Querés que te cuente o no? Porque si me vas a interrumpir a cada rato esto se hace de nunca acabar…-

-Dele Elvira, le prometo que me quedo calladito, calladito.-

-Sseh ¡ vuaver. Te decía que estaba por abrir un cristiano en la facultad. Había como ocho mesas de chapa cada una con un cuerpo para que los alumnos trabajaran. Eran ocho grupos de varios, no sé cuantos y un solo profesor que iba pasando y les decía, saque un poco de acá, ojo que está por cortarle la vena, si no le corre el músculo difícil que pueda llegar , tenga cuidado que se le va a morir y cosas por el estilo.
A Ada le había tocado uno que ya estaba trabajado de antes. Me decía Gabriela que estaban separando los músculos de la cara, así que le habían levantado la piel hasta el cuero cabelludo, es´cir hasta arriba de las cejas ¿no te descomponés vos no?, y habían dejado los dientes a la intemperie como si se estuviera riendo todo el tiempo. Todavía tenía una miguita de algún choripán metida entre los dientes. La cuestión es que Ada lo tocó para empezar y el coso ese cadáver, se movió de repente.-

Elvira hizo una pausa astuta, intentando resaltar la teatralidad del momento

-Paliducho, tembleque y frío como estaba, se empezó a mover despacito hasta que se sentó en el borde de la camilla, pobrecito, tapándose la verija con la sábana porque le daba vergüenza que lo vieran así desnudo. Ada lo miró como curiosa y el finado le dijo:
–Armando Lemos, doctora, disculpe la facha—

-¿En serio le habló?- Pregunté pasmado

-Shhh dejate de interrumpir y callate. Te decía: pobre, no sabía que ella no se había recibido y como la vio de ambo y guardapolvo era lógico que se confundiera. Nadie le quiso decir que estaba muerto para no impresionarlo al pobre, pero cuando el finadito se dio cuenta que le colgaba la cara, se apuró a sostenerse la piel con una mano y la sábana en la verija con la otra, tratando de disimular que estaba más desnudo que Adán en el Paraíso. Gabriela dice que le pidió muy amablemente su guardapolvo y cuando se lo puso, les dedicó una sonrisa muy grande que sostenía con dos dedos y les dijo chau. Ni el profesor ni ningún otro alumno se dio cuenta. Lo vieron salir caminando descalzo, despacio pero decidido y nunca nadie más lo volvió a ver.-

Elvira me miró a los ojos levantando sus cejas como preguntando si había entendido de lo que hablaba, se levantó y enfiló con todas sus cosas hacia la cocina como si nada. Traté de detenerla y conseguir que me contara más, pero parecía que otra persona había entrado en su mente y ella no paraba de repetir “ay mi angelito” en un suspiro atonal.
Nunca conseguí mejores datos que los que aquí le cuento. ¿Que no le alcanzan? Imagínese a mí. Viví cuatro años con una persona que sin decir agua va dejó todo y a todos y se marchó. Y aún cuando antes de ello le preguntaba repetidamente a Ada por su versión de cada suceso, siempre me evadió besándome, cambiando de esa cariñosa forma el foco de mi atención. Y yo siempre en la duda. Suponiendo que algo o alguien estaba por sobre mí.
Elvira sabía que yo esperaba que me contara de la tarde aquella en que Ada se despidió del pago. Dicen que la vieron junto al Arroyo del Overo mirando como el sol se ocultaba en una tarde de mayo. Nadie sabe decir quién la vio, o siquiera si era ella, pero aseguran que en un momento dado se desprendió de su mano un fino pañuelo que flotó tan solo un instante en la tarde otoñal para descender como una hoja que abandona su rama hasta tocar las aguas de aquel lodazal.
Fue un catorce de mayo y hasta el día de hoy en aquellos pagos se lo llama el día de Ada, o el día en que se fueron las aguas, como usted lo prefiera, pues en cuanto su pañuelo toco la húmeda superficie, éstas comenzaron a bajar como por arte de magia.

-La nena no era brujita Ignacio-

Me dijo Elvira desde la cocina.

-Era tu amiga y compañera y deberías saber que era un Ada…

Y pronunció su nombre así, sin hache que la distrajera.
Entonces recordé que ella alguna vez me había dicho, que cuando quisiera encontrarla, la buscara allí donde nació. En las aguas. Y hoy mientras escribo estas líneas, recuerdo vívidamente aquél momento como cada uno de los que he vivido junto a ella en medio de brumas intangibles como la realidad misma. Reportero de acetato y celuloide al fin, podría haber perdido la esencia de las cosas aquí relatadas, pero es lo único que me queda para ofrecerle como indicio. Palabras textuales de una querida anciana que cree firmemente en su relato y un reportero insano que espera la aparición mágica que le dé sentido a cada palabra. De todas maneras, hoy iré a buscarla arto ya de tanta chatura dentro de esta vida tan normal. Me ha llamado desde algún lugar de su pasado, convirtiéndome en un viajero hacia el mundo sin tiempo, en el que ella oportunamente se sumergió. Y si escribo estas líneas, amigo mío, es por que no sé si querré regresar para contar el resto de la historia. Pues, póngalo por escrito, que habiendo encontrado la magia que todos siempre buscamos, iría a cualquier lugar, por extraño que fuera, con tal de permanecer atrapado entre sus brazos.
Aún cuando solo fuera un fruto de mi pobre imaginación.

OPin
Buenos Aires 2010
© Copyright 2010
Once Cuentos sin Rumbo
ISBN 987-43-8446-9

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