Luces a la gran luz - obra de Vastasimon
En este preciso momento noto una sensación muy similar al vapor del Wasabi subiendo por mis fosas nasales expandiendo mi conciencia hasta hacerme despertar de algún letargo excedido en el tiempo. Vislumbro una chispa de luz entrando por persianas que se abren en un amanecer cualquiera y rompen el cristal de mis sueños. Escucho ladridos lejanos en busca de amos. Huelo vapores de desayunos reiterados que se sazonan con risas de pequeños y charlas femeninas difíciles de detener en las crepitantes mañanas.Todo se agolpa y apretuja en un momento. Esforzándose para entrar en tan poco espacio. En un instante tan solo de mi tiempo.
Frente a mí comienzan a formarse imágenes de contornos aún difuminados. Bordes fuera de foco imposibles de reparar que ondulan desafiando las leyes de la física.
Como en un caldo de cultivo primigenio veo pasar partículas que se arrastran movidas por vientos inexistentes que juegan con ellas como hojarasca de otoño. Luciérnagas sin vida propia, que se encienden y apagan interceptando los haces de luz.
La vista se aclara y emerge una forma conocida, una puerta, una planta, la claridad fraccionada por las rendijas de una cortina americana alejada de mi campo visual.
Alguien acaba de salir. La puerta frente a mí está cerrándose lentamente frenada por mecanismos neumáticos que la dominan y retrasan indefinidamente. Un letrero borroso aún por las nubes que opacan mis ojos, no me deja leer el mensaje que contiene, sujeto a los destinos del balanceo resultante del abre y cierra cotidiano. Pequeñas burbujas de placidez parecen rodearme como un colchón traslúcido que protegiera cualquier tipo de fragilidad existente. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan leve, sin los continuos dolores resultantes del peso de los excesos acumulados y que debo pagar cada día a precios más caros.
El cigarrillo debería estar ahora entre mis labios, primera fase ineludible de la rutina de cada mañana al despertar. Aún antes de poner un pie fuera de la cama siquiera. Pero hoy no, no siento esa dependiente necesidad que calma mis nervios y altera los de los demás. Ese vicio malherido por constantes intentos de ser vencido, parece haberse acallado y ya no tener intenciones de molestar.
Nada de apetito, ni voluntad de salir corriendo de este reposo para ir a orinar.
Casi diría que el paraíso ha retornado a mí una vez más. Cual de niño. Retozar sin pausa; sin requerimientos, urgencias, u obligaciones que lo pudieran evitar. Dejarme llevar en los brazos del dios del sueño, aquel que nos mima en la vida casi por la mitad. Dueño del país de lo posible, de las pesadillas de mentira y los sueños abonadores de esperanzas.
La puerta otra vez. Su vaivén delata en movimientos la llegada o partida de alguien más. Debo estar soñando, de lo contrario lo habría visto pasar. Pero no, solo veo el oscilar del cartel sobre la puerta que no deja leer su mensaje y lanza rayos de luz intermitentes hacia un potus abandonado, que bajo las rayas de sombra de la ventana americana, intenta crecer un poco más estirándose sin fin hacia las mismas líneas delicadas pero, en su preferencia, plenas de luz.
Debería levantarme, darme una ducha y lavarme los dientes, bajar a desayunar, salir al trabajo. Reiterar una tras otra todas las rutinas que cada día ocurren con solución de continuidad.
Reúno toda mi voluntad y lo intento.
Nada pasa. Tal vez ya no soy tan tozudo como antes. Tal vez ya no domino los disparadores ocultos de mi propia voluntad.
Una sombra blanca aparece en el borde de mi retina. Lo escucho murmurar.
-Habría que pedir más muestras…
No logro escuchar más, un cono de silencio parece encerrarme en una burbuja de cristal. Las informaciones comienzan a llegarme fraccionadas. La placidez comienza a abandonarme y la duda se establece como residente permanente de esta vecindad.
…dos frascos más… dextrosa con electrolitos…súbale el goteo…
Un terror inaudito me invade súbitamente. De intentar gritar lo haría con todas mis fuerzas. Sólo que lo estoy haciendo pero nada se escucha. La información fraccionada que me llega no me deja duda. Debo estar internado, enfermo, sedado, dopado. Victima de alguna enfermedad sorpresiva que impide que en mi memoria encuentre registros de cualquier agonía preliminar.
Intento moverme, incluso hablar. Preguntarle a aquellas sombras blancas de qué se trata todo esto, de si me voy a recuperar. Tal vez noqueado por drogas blandas, por morfina, o quien sabe que otra cosa, me es imposible articular palabras, coordinar movimientos, hacer señas. Decirles que estoy vivo atento y escuchando. Que hay esperanzas, que no dejen de luchar por mi bienestar.
Pasan las horas, el tiempo amansa la angustia y veo que solo es paciencia lo que resta, que hay que saber dominar a esa arpía asesina y simplemente esperar.
Mastico la idea de lo benéfico del darme cuenta, de estar consciente, de haber recuperado al menos una mitad. La otra, bueno, veremos. Con rehabilitación y esfuerzo, el cariño de los míos y un poco de voluntad, seguramente volveré a disfrutar esas pequeñas cosas que tanto gozo me dan.
Escuchar el susurro de las hojas en el viento identificando a cada una en particular, como si me hablaran de su alegría al poder alimentar al mundo con sus alientos de vida. El dulce gorjeo de los pájaros al despertar reclamando mis tímpanos con exclusividad, los olores del césped recién cortado recorriendo todos los conductos hasta dar impulso al viejo músculo de la emoción, de un asado chisporroteando grasas, ahumando ladrillos cansados de tanto calor de hogar, de la ropa de cama secada al sol con zumbidos de avispas sin aguijón. Los sonidos del un mar embravecido acariciando las rocas, de la montaña en una tempestad de vientos encajonados en valles cerrados, del desierto arrasado por tormentas de arena que pulen mis ojos hasta hacerlos brillar. En resumen: la vida tal como se me suele manifestar.
La puerta se bambolea y un hombre de bata azul entra con un carrito de hospital. Tal vez una merienda, un desayuno, almuerzo o cena que yo no podría degustar aunque supiera en que hora del día me encuentro.
El cartel sigue bamboleándose una y otra vez sin dejarse leer. ¿Dirá Terapia Intermedia? ¿Terapia Intensiva? ¿Cuál será mi nivel de gravedad? Sedado en post operatorio sería una grata…
Un dedo.
Sí, he movido un dedo. ¿Lo habrán visto? No sé, fue como un reflejo, así, de repente.
! Qué maravilla ¡ Un claro indicio de mejoría, sin lugar a dudas. Ahora debo poner todo mi esfuerzo en mover ese dedo. Por ahora solo ése. Tarde o temprano un médico lo verá y será como en las películas. Todos riendo en un final feliz con victoriosa música de fondo.
Concentración. Si, un, dos, tres…Si, ahí está otra vez. ¿Lo vieron? ¿Hay alguien? Por dios ¿qué? ¿no ven que tengo motricidad? ¿En qué facultad se han recibido que no pueden darse cuenta que estoy activo y alerta?
¡!Pelotudos en guardapolvo y la reverenda puta madre que los parió¡!
Tranquilo, no debo angustiarme. Nada de esto me podrá beneficiar. Ya se darán cuenta, es cuestión de ponerle voluntad y un poco de esfuerzo.
Total, no tengo nada mejor que hacer.
¿Será de noche? Ahí pasó otro. Ese era de blanco. Se ve que los de blanco son médicos y los de celeste son maestranzas o enfermeros. Ahí pasó un enfermero. ¡Cuánta actividad¡ Seguro se van a dar cuenta. Ahí moví el dedo una vez más. ¿Qué les pasa que no lo ven? Ahí va otra.
Ése. Si ese doctor lo vio, seguro. No tiene cara de muy despierto, pero no importa. Si, efectivamente, ahí se acerca con un otoscopio. Probablemente me va a mirar el fondo de ojo y se va a dar cuenta que también tengo movilidad en mis pupilas.
Así es, este va a ser el día más feliz de mi vida. Salir del Coma debe ser como nacer de nuevo. Me ilumina. El cartelito de la puerta se mueve sin cesar. Se ve que hay gente corriendo para dar la buena noticia.
El médico se acerca y noto que se coloca sus anteojos de leer, dirige el haz de luz de su otoscopio hacia mí y logro observar con sorpresa que en el cristal de sus lentes, como en un espejo, se refleja la imagen que brilla ante sus ojos.
Veo mi cara, tal vez un poco más que demacrada, con una banda adhesiva pegada en la frente que muestra una inscripción en cursiva, reflejada en forma inversa, como si Leonardo mismo hubiera escrito en los cristales ese mensaje exclusivamente para mí. Me cuesta descifrarlo. No es fácil. Saco su foto mentalmente y la invierto en las marismas de mis sinapsis. Aparece una frase conocida, olvidada tal vez en algún aparador del tiempo:
“Yo fui lo que tú eres, tú serás lo que yo soy”…
Misteriosamente el cartel de la puerta deja de oscilar, insospechada interrupción del tiempo y del espacio, mi vista al fin se ha aclarado y puedo leer al menos un borroso “Museo de Anato …
!Matías¡ Este frasco está filtrando…Dejá…seguí con eso…te lo relleno yo…
Recuerdo esta imagen repetida. Tal vez han sido miles de veces. Es un pequeño milagro bizarro que me persigue.
Ahora las nubes opacan mis ojos gradualmente y me arrastran hacia aquél largo y oscuro letargo, mientras un fuerte aroma a Wasabi sube raudamente por mis fosas nasales una vez más.
OPin
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