martes, 28 de abril de 2015

La mejor medicina

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Todo el mundo sabe que hay horarios en que tomar la autopista es una verdadera locura. Sólo una decisión insana o una obligación ineludible nos permite subir la rampa sin saber siquiera cuando ni dónde podremos volver a bajar. Enfundada en su ambo verde pastel, María del Carmen se había visto obligada a soportar esa previsible tortura ubicada en el asiento del acompañante.

-Doctora - dijo por lo bajo Carlos, el chofer  - mire que como van las cosas vamos a tardar unas tres horas hasta el Sor Ludovica de La Plata  y con este coro de ángeles se nos va a hacer mucho más que cuesta arriba...

María del Carmen puso sus manos cubriéndose la cara en un silencioso gesto de pavor que le robó una sonrisa al chofer agotado luego de una jornada completa manejando.

Tras ellos, en la zona de cuidados de la vetusta ambulancia se ubicaban Martín, de tan solo ocho años y su madre que no paraba de llorar ensimismada en su propia angustia.

Entre los sollozos de la mujer y los lamentos de dolor del chico, era probable que terminaran volcando la unidad en un accidente anunciado por la falta de tranquilidad que flotaba en el ambiente.

Curiosamente la experiencia de la médica indicaba que el niño no podía tener el dolor que refería y  supuso que el efecto negativo de la angustia materna era el disparador de tanta queja. Así que decidió pasarse atrás y solicitarle de la mejor manera posible a la devastada madre, que en lugar de continuar con su quejumbrosa letanía, entretuviera al niño con alguna historia que desviara su atención a cosas menos dolorosas que las circunstancias que vivía.

-¿No le puede dar más morfina para que no le duela? -pidió la mujer a sabiendas de que ya se habían alcanzado los límites que la buena práctica indica.

- No madre, me encantaría poder darle algo, pero por ahora no puedo. Cuando lleguemos lo van a volver a evaluar y determinarán cómo seguimos...-

Ante la falta de empatía de la señora, María del Carmen prefirió tomar las riendas y suplantar al pariente desbordado, para lo cual comenzó a contarle a Martín que allí donde ahora se dirigían existía el mayor museo de ciencias naturales del país y que allí también estaban guardados todos los huesos de los dinosaurios que él conocía de haberlos visto en Jurassic Park.

A medida que el relato se enriquecía con algunos detalles, el niño comenzó a interesarse abriendo sus ojos con mayor asombro. Viendo el efecto benefactor de semejante medicina, la doctora comenzó a elaborar y embellecer mucho más el tema. Ella le contó que había un pueblo perdido en medio de la Patagonia, tan perdido que nadie recordaba su nombre, donde habían intentado hacer un pozo para obtener agua, le dijo que los obreros cavaron y cavaron hasta que de pronto encontraron un hueso tan gordo que no podían ni siquiera abrazarlo.

-Un hueso así de grande - le dijo señalando en el aire con los brazos extendidos en su mayor amplitud - que había resultado ser el hueso de la pata del dinosaurio más grande de todo el mundo, incluido los Estados Unidos.

Martín ya no se quejaba de su rodilla inflamada y preguntó si se podía visitar aquel museo del que le hablaba.

-Claro que podés - dijo entusiasmada de haber despertado el interés del niño- Está muy cerca del Hospital y tiene rampas y ascensores para que puedas recorrerlo con la sillita...

Martín miró a la mamá como exigiéndole que planificara ese pequeño viaje turístico, mientras la médica le seguía contando sobre las arañas gigantes del Amazonas, los animales embalsamados del Perú, los árboles petrificados de la Patagonia y los esqueletos de ballenas Australes que se encontraban expuestos allí.

Parecía que los ojos de Martín incluso podían llegar a caérsele de las órbitas, pero María del Carmen estaba cumpliendo la hora 18 de su guardia y ya hacía una que entretenía al chico con sus historias. Pensó entonces que era mejor que él - ya calmado de su dolor mediante la maniobra distractiva - le contara un poco de sus gustos y de todo lo que hacía.

-¿Tenés compu en casa?

-Si. -dijo Martín- Apenas llegue voy a googlear lo del museo...pero ahora me dio hambre...

-¿En serio? Que bien. Eso es un buen síntoma...

-Si- intervino por primera vez la madre- es que está desde la mañana sin comer nada -

-Bueno apenas lleguemos al hospital ¿qué le tenés que decir a la médica?

-Que tengo hambre...

-Exacto.

-A mí me gusta jugar en la compu...

Y con esa simple introducción Martín comenzó a dictar un curso acelerado sobre juegos en línea para médicas neófitas, en donde para él no había ni buenos ni malos, sin importar quién era el que cortaba cabezas y cual el que amputaba las manos. Podía enumerar sin equivocarse que zombie daba puntos y cual no valía la pena. Cientos de carreras de autos en donde los héroes eran quienes pisaban abuelitas sumando más puntos que los policías que los perseguían.
Martín era todo un experto y María del Carmen apenas entendía de lo que le estaba hablando, pero lo más importante era que había olvidado su dolor y ya casi llegaban a la guardia.

-¿A la vuelta me cuenta otra historia Doc?- Dijo el chofer sonriendo mientras entraba la ambulancia de culata.

María del Carmen no pudo evitar hacerle una cara de burla.

-Si doctora - dijo la desganada recepcionista- el médico los está esperando en la sala 13 . Suban al primer piso y a la derecha del ascensor sigan por el pasillo hasta el fondo.

Con el obeso chofer vigilando la ambulancia, María del Carmen y la mamá empujaron la camilla hasta el montacargas y subieron al bendito primer piso, línea de llegada de tan largo viaje.

Apenas salieron del ascensor divisaron una figura oscura que casi ocupaba todo el ancho y alto del pasillo. De hombros fornidos y altura colosal, la figura parecía un ser sacado de alguna historieta del pasado. Cada músculo, pectoral, bíceps o tríceps, estaba perfectamente esculpido en resina poliéster  y oculto dentro de la tela de su  disfraz. Raudamente avanzó hasta ellos flameando su capa negra mientras la misma parecía emitir sonidos de tormentas lejanas. La negra máscara de orejas puntiagudas dejaba ver un par de ojos flameantes y las facciones sonrientes de la parte inferior de la cara lucían recientemente afeitadas. En medio del pecho se observaba la imagen de un murciélago encerrado en un óvalo amarillo y sus guantes negros con púas afiladas parecían emular las patas del mismo animal.

El hombre enfundado en ese pesado disfraz que marcaba sus abdominales de manera exagerada, extendió su mano franca hacia Martín que aún no salía de su asombro.

- Hola amigo ! ¿Cuál es su nombre?-

Martín continuaba mudo por la sorpresa
 
-Le estoy dando la mano amigo. ¿Cómo se llama?

Y Martín con la mandíbula caída por el asombro, alcanzó a sentarse un poco en la camilla y responderle al enmascarado: Martín...Martín Fernández...

-Mucho gusto Martín. ¿Por casualidad tenés hambre?

-Mucha...

-Bueno, llegaste justo campeón. Dale, apurate que en la sala están sirviendo un guiso como para chuparse los dedos hasta los codos.

Y mientras se lo decía sacaba de su cinturón de superhéroe un alfajor de chocolate que le entregó junto con una sonrisa.

Detrás de esa máscara se encontraba algún médico en deshoras, un voluntario de algún club de motoqueros, o algún papá que de esa manera agradecía lo que el hospital había hecho por su crío. Una de esas personas que saben dar amor a quienes más lo necesitan. Seres capaces de salir de su trabajo para ir a alegrarles el día a aquellos que no merecen conocer el sufrimiento antes que la alegría. Un tipo bueno que de chico habría querido que un superhéroe le acariciara la cabeza, le hiciera un mimo o le regalara una sonrisa. En esos momentos de pasillo de hospital no importaba quien fuera en el mundo real, en esos momentos de dulzura era un verdadero superheroe y lo sabía al verse reflejado en cada par de ojitos llenos de alegría.

-Bueno amigo- dijo envolviéndose en su capa- me tengo que ir a hacer justicia, perseguir a los malvados y repartir golosinas...Chau Martín. Ponete bien prontito....

Y así como había llegado, ocupando con toda su estampa el ahora angosto pasillo, siguió a la carrera desplegando y haciendo flamear su negra capa, como si en cualquier momento pudiera elevarse y volar.

-!!Chau Robin ¡¡...- le gritó Martín.

La heroica figura tropezó en su propia risa, como alcanzado por un rayo dentro de la oscura baticueva.


OPin 2015

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